Estas anotaciones vienen de escuchar algunas cosas sobre el tema del gobernar y del administrar en relación con el horizonte de la forma Estado.
No tienen como referencia planteos teóricos sobre estos temas sino que son ocurrencias desde el lugar de un diletante que intenta pensarlos.
El Estado sería la totalidad de componentes de una formación social que se significan precisamente por su pertenencia a lo que les da una forma determinada, aunque no siempre aparezcan definidos con claridad.
El Estado no se encuentra en un lugar determinado de una formación social, sino que se halla disperso en las instituciones de toda índole que la componen, sean éstas grandes o pequeñas, sean que hagan al poder político o al poder económico, a las instituciones de la cultura, las que hacen a otros aspectos de la vida social y comprende también a los sujetos mismos.
Como las sociedades están compuestas por elementos dinámicos que le imprimen movimientos, se deben generar maquinarias, instituciones que los organicen y canalicen en su devenir en el tiempo.
Aquí podría hablarse se administración y gobierno. Aquella implica la constitución de maquinarias burocráticas y éste a las formas que hacen a la conducción política de las instituciones del poder.
Existe un poder del Estado que implican fuerzas que mantienen su forma y orientan su movimiento.
Las fuerzas implican energía, potencia.
Una pregunta que surge es si toda la realidad social se resume a la potencia y al poder que ejerce el Estado o si existen potencias y poderes en la sociedad que van más allá de aquellas del estado.
El poder del Estado reside en que es el mismo una forma de organización social aceptada por la mayoría. Organización que rige la formas de la vida y de la riqueza.
Lo que signa la forma de nuestros Estados es el derecho a la propiedad privada. Porque hay instituciones propias del Estado que administran riqueza, pero la mayor parte está en lo que se denomina propiedad privada.
Por lo tanto, nuestra forma Estado, se ha construido como sostén de esa propiedad que se ha ido desarrollando a partir de la distribución desigual de la riqueza.
En el principio fue un Estado esclavista, forma en la cual la distribución desigual llegaba al punto de considerar a personas como cosas poseídas por sus dueños.
Con el surgimiento de formas político-jurídicas democráticas se terminó con la esclavitud en su sentido más claro, aunque la posibilidad de la explotación del trabajo productivo adquirió formas más sutiles, no han dejado de darse formas de explotación casi esclavistas.
Este Estado ha generados instituciones que lo sostienen: una forma de gobierno, organizaciones autorizadas a ocupar ese gobierno como son los partidos políticos, organizaciones que preservan los derechos de sectores institucionales como son los que detentan la propiedad (organizaciones empresarias) y los que tienen su capacidad de trabajo (organizaciones gremiales). Ambas pertenecen a la estructura del Estado.
Pero esa organización del Estado preserva el poder de sus instituciones y genera tensiones derivadas de la no consideración de deseos y derechos de muchas personas que son excluidos de la posesión de bienes a causa de la distribución desigual de las riquezas.
Esto hace al problema de la justicia y de la igualdad que no son consideradas por la estructura del Estado. Justicia e igualdad que hacen al acceso a los bienes materiales y culturales.
Esto nos hace volver al tema de gobernar-administrar. Por más que alguien diga que quiere gobernar y no simplemente administrar, como lo expresó claramente la actual presidenta, el margen de posibilidad de conducir gobernando es escaso en relación a la exigencia de administrar los bienes que son poseídos por pocos. Y más aún cuando también la actual presidenta ha manifestado que pertenece a un movimiento político y a un gobierno que acepta el capitalismo como forma de organización social. Esto dicho con toda claridad frente a gran cantidad de empresarios españoles.
Entonces, cuando toma medidas que tienen en cuenta las necesidades de mucha gente como jubilaciones, asignaciones universales a niños y embarazadas, planes de vivienda y otras medidas de aceptación general, no se puede dejar de pensar que ello se hace en la trama de la preservación de la propiedad de quienes detentan la mayoría de los bienes y de los aparatos del estado que los defienden como son el ejército, los aparatos jurídicos mal llamados de la justicia, las iglesias, en los que se conjugan las acciones ideológicas de justificación de esa situación y las acciones de represión hacia quienes se desvían.
Esa realidad injusta para muchas personas ha sido el motor para que a través de los tiempos fuesen surgiendo acciones que se fueron organizando en movimientos sociales que fueron reivindicando derechos no contemplados en la estructura del Estado. Desde los más antiguos como los movimientos de los trabajadores o de las mujeres que son sujetos sometidos y explotados desde hace milenios hasta otros que fueron adquiriendo presencia social según las coyunturas epocales, como son los movimientos pacifistas, ecologistas, minorías sexuales y otros.
Los movimientos son los que surgen en los límites de la estructura del Estado, en los intersticios libres que aparecen en mayor medida en las sociedades complejas. Lo que aparece en esos intersticios ha ocasionado siempre la acción del Estado para tornar eso diferente en equivalente a su propia estructura.
Por ello se ha dicho que el Estado funciona como aparato de captura de todo flujo de deseo de libertad y de promoción de aquellos cuyas acciones no son considerados dentro de su estructura.
Y los movimientos han funcionado en mayor medida como máquinas de guerra, cuyos objetivos no son la guerra en sentido militar, sino como aquellas que actúan para movilizar esos deseos que apuntan a la creación de un mundo con más libertad y más justicia.
Hay un tema importante siempre presente en estos devenires del poder y de la sociedad que jaquea constantemente al aparato del Estado como aparato de captura.
Es el tema de la corrupción, que aparece siempre como interior al aparato del Estado mismo: la corrupción de los políticos, de los empresarios, de los policías, de los sacerdotes, de los jerarcas gremiales.
Esto nos lleva a pensar que la corrupción no es algo inherente a individuos desviados, sino que es inherente al sistema social mismo y sus aparatos.
Es el sistema que ha instaurado la competencia, el ascenso por el dinero o por el poder institucional que son factores que no pueden general sino corrupción porque el sistema mismo, en tanto que acepta la injusticia de la distribución desigual de los bienes materiales, culturales y espirituales, de hecho instaura una ética degradada en tanto que los valores ligados a los derechos de las personas quedan supeditados al valor del dinero y de los poderes que genera.
Incluso en esta coyuntura histórica podemos observar cómo la sobredimensión del sistema financiero, caracterizado por un afán de rapiña imparable, está ocasionando crisis que no pueden salvarse debido a que todos los intentos hasta el presente se han centrado de salvar a los bancos como referentes esenciales de ese poder que da el dinero. Son los principales responsables de las crisis y son aquellos a los que se destina el dinero de los salvatajes.
Esto tiene que ver con un aspecto de la esquicia del sistema que privilegia la producción del dinero por el dinero mismo y que lleva a inevitables estallidos de las famosas burbujas financieras en tanto se separan de la producción real de bienes.
Es una producción de producción de elementos vacíos que implica claramente un devenir mortífero.
Esto nos hace pensar en planteos ya muy antiguos de la filosofía en la que se ha planteado que todo sistema tiene ciclos de crecimiento, desarrollo y por fin corrupción.
Pero todo esto no nos debe llevar a tomar posiciones absolutas, no nos debe llevar a una sed de absoluto como ya lo expresé, y tratar de analizar los acontecimientos como lo que son: acontecimientos.
Y éstos, como tales no expresan una causalidad lineal, sino una multicausalidad compleja en la cual las contradicciones internas en los mismos sistemas y sujetos hacen que acciones pensadas según ciertos parámetros, generen efectos a posteriori que no son contemplados ni deseados.
Tomo como ejemplo el reclamo de los obreros en la participación en las ganancias de las empresas. Recientemente ha surgido el proyecto de asignarles un diez por ciento, cosa que posiblemente se logre.
Desde las esferas del poder empresario y tal vez del gobierno mismo, seguramente se pensará que hay que darles algo para que se conformen, se tranquilicen y parar ahí la cosa.
Pero qué garantía existe de que los obreros vayan por más, porque el "nunca menos" que ha surgido por ahí como consigna interesante, no puede implicar sino "vamos por más", porque esta es la dinámica esencial del deseo social que es movimiento y como tal no puede sino ir por más.
Esto establece una situación de ambigüedades que cruzan los dichos y discursos de los gobernantes y otros políticos, sus acciones y los acontecimientos que se van produciendo.
Entonces por ejemplo, el equipo gobernante apoya la asignación del diez por ciento para los obreros y empleados, pero no sabemos si ellos creen que con eso se tranquiliza a la gente y están contentos con ello, o si en realidad saben y esperan que se produzcan esos otros acontecimientos bajo la consigna: ahora vamos por más.
Esto tiene que ver a su vez con lo que los grupos de poder económico sobre todo, aunque no sólo ellos, pueden soportar sin voltear al gobierno.
Hubo un ejemplo claro en Perú con el gobierno de Velazco Alvarado cuando promulgó la ley agraria y luego la ley de industrias por la cual en una determinada cantidad de años, los empleados y obreros de las empresas pasaban a ser accionistas mayoritarios.
Cuando lo escuchamos decir: "Campesino, el patrón ya no comerá de tu pobreza", muchos nos llenamos de emoción y otros enfurecieron. Fue el límite que los poderosos no pudieron soportar y lo voltearon.
Estas acciones de los gobiernos que pueden ser progresistas a la luz del pensar y sentir de la gente, van a adquirir entonces nueva significaciones a partir de nuevas medidas que se vayan tomando y sobre todo de que la gente las haga propias y produzca acciones que obliguen a los que gobiernan a ir por más.
Y este no es un problema sencillo porque no toda la gente del pueblo piensan según su propio bien, sino que se halla capturada por máquinas que las hacen actuar en contra de sus propios intereses. Esto hizo exclamar ya hace varios siglos a aquel Benedicto de Espinoza: "Por qué los pueblos luchan por su esclavitud como si lucharan por su libertad".
Hoy, en estos días tenemos la clara situación que puede ejemplificar esto con las elecciones en la ciudad capital. El grupo más regresivo, menos interesado en el bien de la gente y el más interesado en sus negocios y los de sus socios, tiene la mayor intención de voto.
Mucha de esa gente votará por su esclavitud y no por su libertad, lo que hace que aquella pregunta angustiada siga hoy vigente.
La cuestión es cuántos de los que desean más libertad y justicia estén dispuestos a seguir trabajando para que la balanza se vaya inclinando con más claridad hacia ese lado.
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