Entre lo institucional y lo anti-institucional
(Sólo derivas...)
Alberto S.E .Ascolani
La sugerencia de escribir sobre el tema del análisis institucional llegó en un momento en que mi reflexión en lo personal estaba cruzada por varias cuestiones ligadas al trabajo, a la producción y a lo existencial.
Una vez más, no puedo pensar en escribir sobre el tema desde ese lugar no situable, mas o manos abstracto de la palabra distanciada que habla desde el saber sobre el asunto. Esa palabra que transmite el manual, la definición y todos los conceptos derivados y temas que compondrán un corpus completo.
Sólo puedo pensar que estuve buscando la forma de poner en marcha algún proyecto que me volviera la intensidad al cuerpo, eso que en el despertar se siente en los plexos y te lleva, apenas saliendo del sueño, a ponerte en movimiento, con ganas de producir algo. Así surgió en algún momento la idea de un lugar de debate sobre una clínica distinta, que en realidad está siendo la reflexión sobre clínicas posibles, ampliadas, transdisciplinarias, esquizoanalíticas-cartográficas-micropolíticas y, quizás más importante aún, sobre una filosofía en la que se funda y sobre la vida misma que se trama con ellas, pulsando siempre desde el fondo oscuro, sin fronteras y sin límites, en el que mueven a velocidades impensables las multiplicidades que nos componen y que componen todo.
Luego surgió la lectura, en medio de un debate ya instalado, sobre ese mismo pensamiento que intentábamos trabajosamente hacer avanzar en los ámbitos más acotados de la clínica y de lo institucional, y que sorprendentemente, aparecía articulado en un original análisis político de la coyuntura mundial.
Me encontré en un nuevo entre, mas basto, entre el imperio y la multitud, y que hizo surgir esa otra idea. Es en función de ella que ahora estamos por comenzar otra instancia que será de un debate con cierta continuidad, en el que trataremos de situarnos en ese otro entre, el del imperio y la multitud, las prácticas sociales, las prácticas profesionales y la política implicada, y en fin, la micropolítica.
Y como dicen los vendedores en los colectivos, y como si esto fuera poco, volví a escuchar que "debía ponerme a escribir la tesis doctoral", "como no lo vas a hacer si es algo tan importante". Eran las voces que decían de esos flujos de necesidad y deseo que corren trabajados por las máquinas sociales académicas, que hoy conminan a hacer lo que se debe: especializaciones, maestrías, doctorados.
El tema que hace ya tiempo había presentado era: El análisis institucional en Rosario. Historia y perspectivas.
No estaba del todo fuera de lo que me seguía consitando. Pero sentía, siento pocas ganas de volver a una historia (novela) de la que ya escribí varios tramos, que yo creía suficientes. Y por otro lado, ese impacto que me siguió produciendo en los últimos años el contacto con los textos de algunos autores, especialmente Deleuze y Guattari y el desafío que implica la inevitabilidad de seguir el camino de construcción de ese pensamiento, junto con su puesta en acto en mi vida, me sigue incitando a repensar esa historia-novela, que es un poco mi vida, desde otras perspectivas, que no sé bien cuales son.
Por otro lado, entre el escribir lo que se presenta como una idea, como ese acontecimiento-fiesta que es una idea, que instala esa necesidad en la que se te va la vida, entre eso y el escribir una tesis, me parece que hay una gran distancia.
Escribir para ser sometido a un tribunal de la academia, para tener un título que siento que no me agregará ni me quitará nada, me sigue produciendo resistencias.
Mi hijo, hace poco tiempo estaba buceando en internet y encontró un artículo escrito en inglés que hablaba de Deleuze y Guattari. El se volvió sonriendo y me preguntó: ¿Papi, vos sos deleuzo-guatarian? Yo me puse a reir y le dije que no lo creía, que leía e intentaba utilizar lo que pensaba para mi trabajo, para mi vida. Y bien, creo que de eso se trata.
Mi sensación es que este pensamiento implica una ruptura en el mundo del pensamiento mismo, pero en lo que más me interesa, en lo que yo puedo seguir pensando y haciendo.
Es una ruptura que ha profundizado una grieta que sentí siempre signando mi vida. Entre artesanos e intelectuales, entre el pueblo y el campo, entre el pueblo y la ciudad, entre el trabajo y la política, entre la soledad y el encuentro, entre la paz y la guerra. En fin, entre ser cristiano, ciudadano respetuoso de este Estado e hijo respetuoso de mis padres y ser ateo, anarquista y huérfano.
Mi vida han sido continuas derivas entre..., y sin embargo había algo, una convicción, una energía que se movía en función del pensamiento y que consti-tuyeron sin yo saberlo, una ética de vida.
Siguen retornando palabras de mi padre siendo niño. Me dijo que las banderas de Irigoyen eran: contra el imperialismo, contra la oligarquía, por lo nacional, por lo popular y por lo democrático. Lo nacional no era el nacionalismo y lo popular no era el populismo. Nunca supe si eran palabras del Peludo, como él lo llamaba, o de él mismo, y si eso tenía que ver con su historia radical o con un deseo revolucionario que iba mucho más allá, pero eso no importó porque siguió operando desde lo profundo de mí mismo.
Y bien, ¿qué tiene que ver esto con el pensamiento sobre el análisis institucional? Lo tiene porque en ese andar a ciegas, creyendo ingenuamente y entusismándome por momentos con lo que iba aprendiendo en la escuela y luego en la universidad. En ésta: psicología, psicoanálisis, Freud, Jung, Adler, los neoanalistas, Luego Klein, Lacan, unos y otros, nunca pude despegarlos de las articulaciones posibles de esos pensamientos con lo social y con lo político.
Y hubo una primera ruptura con el pensamiento de la psicología que habíamos aprendido a partir de lo que llamamos en su tiempo "Psicología institucional", entre principios de los sesenta a los setenta. Una segunda con el pensamiento epistemológico-teórico-político del estructuralismo en lingüística, en antro-pología, en psicoanálisis y en la relectura del marxismo.
Y en fin, en los setenta, luego del insilio y del caminar desiertos e intersticios, huyendo de la amenaza a la vida, huyendo y buscando armas para otro tiempo, hice lo que llamé un recomienzo con el análisis institucional y la política.
Difícil recomienzo y continuación, en tanto el pensamiento despótico, llámese religioso, del poder político, de las costumbres, de la vida en las instituciones, siguió vigente y hegemónico.
Recomienzo porque algo seguía siendo lo mismo y fue lo que impregnó mi pensamiento y mi práctica en distintas coyunturas. Siempre lo fue, pero se definió más claramente con el pensamiento de lo institucional. Era el pensamiento del cambio: cambiar las vidas personales, las instituciones, la sociedad, una continuidad con ida y vuelta sin término.
Pero, ¿de qué cambio se trataba? ¿Cambiar para que todo siguiera igual, reformar o revolucionar?
Desde aquellas experiencias primeras de mi vida, desde aquellas palabras que decían "contra" y "por", en las que se afirmaba que el imperativo era la acción, no pude si no ser llevado por la idea de la revolución. Idea, afectación, afecto, deseo, pensamiento.
A principios de los setenta, sin saber bien lo que estaba diciendo planteaba la confusión entre lo que, sobre todo los marxistas, llamaban revolución y lo que yo pensaba como tal.
Decía que aquellos planteaban la revolución como una frontera homogénea y contínua que avanzaba cambiando todo. Cambiar la posesión de los medios de producción y de intercambio para que cambiara todo. Yo veía que ese cambio se había producido en cierto territorio y sin embargo no había cambiado todo. Más bien la revolución se había detenido y eso se había convertido en un nuevo despotismo, donde el Estado ocupaba el lugar del capital, pero sin cambiar demasiado el sentido.
Decía entonces que la revolución debíamos pensarla como una línea serrada, dentada, sinuosa, con avances revolucionarios que penetraban el campo prerevolucionario y con retrocesos contrarevolucionarios cuando la revolución se había producido.
Y eso tenía que ver con la multiplicidad de experiencias de la vida, con lo que de eso mismo se procesaba al anterior de las instituciones. Si eso no se veía ahí, en la cotidianidad, no se podría ver en ningún lado.
Entonces decía que la práctica profesional, fatalmente, debía situarse en algún lado, y si era del lado del cambio pensado como atravesamiento de múltiples instancias, eso era revolucionario. Los marxistas me denostaron hasta el cansancio y se razgaron las vestiduras, diciendo que eso era reformismo, que todo pasaba por la lucha de clases, etc.
Yo no lo sabía, pero creo que en esos planteos estaba diciendo que una cosa era la revolución, como una especie de totalidad indefinida e indefinible y otra cosa era el devenir revolucionario. Esa práctica, esa acción, que en lo micro va pro-duciendo cambios en los sujetos, en sus subjetividades y en sus capacidades de análisis y de acción sobre la realidad.
Hoy, con la presencia de los movimientos sociales, de esa multitud de infinitas cabezas todas diferentes, con esas acciones que vemos se multiplican en todas las instancias de la vida social, creo que van corroborando algo de esas ideas que venían de esas otras con las que me había encontrado hacía mucho tiempo.
Esa ética era la que había dicho que la acción era posible siempre, que uno puede, y que nunca sabe cuanto podrá, ni lo sabrá si no se pone en movimiento afirmando lo que siente que lo hace vivir. Eso que lo hace vivir es el amor, eso que suma siempre, uniendo los innumerables cuerpos en los que se encarna. Eso, cuya potencia nunca puede ser vencida y que siempre vuelve. Siempre igual y siempre diferente.
Seguramente hay quienes pensarán qué relación puede haber entre un campo de conocimiento sobre estructuras y máquinas que funcionan en la realidad social, la política, el deseo y el amor. Quizás algunas pieles objetivistas se erizen un poco, pero como dice Deleuze, el conocimiento no se produce natural ni mecánica-mente, sino que para conocer hay que querer, para conocer hay que verse forzado a pensar desde las necesidades y deseos profundos de cada uno.Quizás esto haga la diferencia entre una deriva pasiva y una activa, donde está aquello que viene de esas anchas aguas que tiene sus corrientes y remolinos y el choque con nuestros cuerpos que pueden dejarse llevar pasivamente o arremeter siempre con la propia potencia para producir esos senderos, a veces invisibles, que retoman esos sentidos que siempre retornan porque tienen que ver con la vida misma.
Así, desde aquellos lejanos tiempos para nosotros, aunque sólo sea un fugaz suspiro en el tiempo de la historia, deseamos bucear en los misterios de los determinantes de la conducta humana y nos encontramos con esas "corrientes" que nos decían del inconsciente, en la trama de las diversas expresiones del psicoanálisis y sus remisiones a la constitución subjetiva en el seno de la familia. Cuando nos introdujimos en el campo de las instituciones llevamos esas ideas, pero en algún punto, la experiencia nos fue mostrando que había determinantes de los problemas que parecían ir más allá de aquello.
De todos modos, ciertas impregnaciones nos hacían poner en primer lugar esos determinantes individuales: "el individuo se proyecta en el grupo y éste en la institución", decían aquella fórmula, desde principios de los sesenta.
Algunos no estábamos tranquilos con ella. Algo nos forzaba a buscar otras ideas. A fines de esa década nos encontramos con las diferentes críticas, tramadas en diferentes formas, en el seno del psicoanálisis, en la lingüística, en la antropo-logía, en la epistemología marxista.
Esta fue una gran grieta, una inflexión que nos llevó a pensar un poco menos ingenuamente nuestras experiencias en el campo de las instituciones. Fue desde fines de los sesenta y principios de los setenta que por un lado en el Centro de Estudios Psicoanalíticos de Rosario, sobre todo con Raúl Sciarretta, trabajamos esas críticas y nos comenzamos a introducir en el pensamiento de algunos autores-experimentadores, como lo fueron Georges Lapassade y René Lourau. Por otro lado, nos encontramos con un texto de Félix Guattari, Psicoanálisis y transversalidad, que nos llamó la atención y nos incitó a otras búsquedas. Y fue el Antiedipo en su versión original y los primeros capítulos de Diferencia y repetición, que nos hicieron romper las cabezas por la dificultad entre el idioma y los textos mismos.
Fue un corto e intenso período que alcanzó apenas hasta el año setenta y cuatro, cuando la represión hizo insostenible esos lugares de trabajo y comenzó para algunos un camino sin retorno, para otros el exilio o el insilio y para no pocos el abandono de las ideas y la vuelta a esas corrientes que habíamos comenzado a superar.
En ese trecho, el movimiento de lo individual a lo social, no vino sólo por las lecturas, sino que algunas experiencias lo fueron trazando por sí mismas y luego se tramaron con ciertas ideas.
Una experiencia paradigmática para algunos de nosotros y que diéramos a conocer unos veinte años después en un trabajo, fue con una institución titulado: Una experiencia-grupal institucional, (Incluído en el libro Derivas...de la psicología al análisis institucional).
Se refiere a una institución educativa que nos convocó en un primer momento para trabajar con casos individuales que se presentaban como "problemas". En un segundo momento fue para trabajar con un grupo de alumnas de tercer año, que estaba produciendo fenómenos totalmente incontrolados para la institución. Y en un tercer momento se nos solicitó un análisis de toda la institución.
Quienes se interesen por ese pequeño trabajo, verán que por un lado se dio esa progresión de lo individual, a lo grupal y a lo institucional. Pero además surgieron otros elementos, algunos de los cuales no pudimos percibir en ese entonces, que cruzaron esta experiencia desde otros espacios. Uno fue que "lo institucional" analizado, lo fue parcialmente porque había algo que allí se dijo como lo que estaba "del otro lado de una puerta", que no se podía analizar, aunque sabíamos de qué se trataba. Otro fue el atravesamiento político en más de un sentido. Por la política institucional misma, hoy diríamos sus aparatos de captura, en un sentido general y sobre todo en cuanto a posiciones ético-sexuales. Por la política en general, tal como se estaba procesando en un movimiento dinámico y acelerado, y que fue uno de los atravesamientos que las alumnas mismas habían asumido y que las colocó en posición de resistir. Y en fin, lo que no pudimos ver en esos momentos era que la demanda implicada iba mucho más allá de la resolución de esos problemas puntuales, sino que era la de aquellos que nos convocaron para que nosotros aportáramos a la posibilidad de que ellos tomaran determinaciones significativas para sus vidas, como eran las de permanecer o no como miembros de sus instituciones "madres", sobre todo congregaciones religiosas. Sólo el tiempo nos permitió pensarlo cuando luego nos enteramos que muchos de ellos, en un momento en que los reflujos represivos en la institución misma y en lo social recrudecieron, decidieron cambiar sus vidas, yendo a otros territorios existenciales y de trabajo.
En ese dinámico proceso de nuestros propios cambios, en que experiencias y transmisiones de autores como Lapassade y Lourau en un primer tiempo y luego Deleuze y Guattari, nos pusieron primero en tensión con los conocimientos previos y luego nos lanzaron a otras búsquedas. Habíamos descubierto que los problemas no se continúan deslizándose por una superficie sin término, sino que éstos dependen de las problemáticas que aparecen y que los determinan. En ese entonces lo pensamos desde la perspectiva althuseriana, a la que en realidad no fuimos totalmente fieles y nos quedó integrar el rico aporte de Deleuze, que aún sigue pendiente.
Las contingencias fueron muchas y muy difíciles. Diez años de insilio en mi caso, porque tozudamente me resistí al exilio. Posición que viene de una interesante novela de vida que necesitaría otro espacio para decirse. Y luego un trabajoso recomienzo que a muchos nos hizo sentir la fuerza de las máquinas represivas, que nos dieron un claro ejemplo de que su funcionamiento no opera en base a ideologías, sino en base a microfascismos que se ocultan bajo diversas máscaras. Es así como grupos "democráticos" continuaron prolijamente la política represiva de los funcionarios del Proceso. Para quienes se interesen por la puesta pública de esa bilis retenida por años, pueden ver la primera parte del libro: Psicología e institución de la formación, donde intenté hacer un análisis institucional-político de ese proceso hasta entrados los noventa.
Sin embargo, es necesario aclarar que esa marca de subversión política de un pensamiento y de sus cultores, aplicada en ese entonces por los muchachos de la denominada "Coordinadora radical" y de otros que los acompañaron, tuvo su refracción en el mismo campo "psi", ya en el período de la dictadura cívico-militar y luego, a partir de la acusación de que "sólo nos interesaba la política".
Si bien no fuimos ni nunca llegaremos a ser "escritores", en parte porque no lo queremos, en ese tiempo de recomienzo, fuimos intentanto escrituras "interferidas" (dicho quizás en otro sentido al que ha expuesto un autor que seguramente habrá dicho cosas más inteligentes), desde el propio temor, desde la corporación, desde el poder del Estado, desde las migraciones que emprendimos una y otra vez. Armando y rearmando equipos, dado que por una causa u otra, quienes se acercaban terminaban yéndose y volviendo muchos al seno más protector del psicoanálisis.
A pesar de todo, desde hace unos años, unos pocos entre aquellos cientos de estudiantes de por lo menos tres carreras de la Universidad y algunos otros centros, comenzaron a producir en estas líneas de fuga y comenzaron a conformar estos territorios nuevos.
Hoy, en medio de esta crisis, quizás la más profunda que hayamos vivido, estamos en un nuevo recomienzo.
Rosario, julio de 2002.
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