Los terrores del déspota *
(y otros temas)
I. El déspota, el sujeto y el humor.
Desde hace tiempo, contingencias existenciales, en las que se incluyen también experiencias laborales, lecturas, relatos, me fueron llevando a relacionar estos términos y las realidades, a veces risueñas y otras siniestras que son su referencia.
Como ocurre tantas veces, fueron acontecimientos que se constituyeron en lo que podríamos denominar «analizadores», es decir, algo que sucede en la cotidianidad institucional o en la vida social y que tiene el poder de revelar algo del orden de la verdad de la propia estructura que lo produce. Verdad la mayoría de las veces celosamente oculta por las diversas instancias instituídas a tal efecto1.
Dije déspota porque suele suceder que alguien aparezca en ese lugar, pero también podría decir «despotismo» si lo referimos a estructuras y mecanismos institucionales que pueden connotarse de esa manera.
Y me quiero aproximar a una idea de sujeto en el sentido de aquel, individual o colectivo, que tiene capacidad de reflexión, de actuar con deliberación, de ser atravesado por lo que viene de sí mismo, con intuición, a lo que agrego el humor, en sentido de muestra de ingenio, agudeza, ironía y en casos, cierta gracia.
Si digo reflexión-acción deliberada y por otro lado humor, podría aparecer hasta como una contradicción, pero no es así. Precisamente los dos primeros términos, que nos pueden lleva a pensar en lo «racional-voluntario», que por otro lado pueden ser aspectos pertinentes, no excluye dimensiones subjetivas que accionan desde alguna instancia más difícil de definir y en la que interviene la intuición, la sorpresa, el acontecimiento y que sin embargo, a la postre, no dejan de tener alguna razonabilidad2.
Pero creo que no es preciso abundar en definiciones, sino mejor referirme a algunos de esos acontecimientos que ultimamente me han llamado a estas reflexiones. En primer lugar quiero hacer referencia a una situación relatada con el título de «Chiste» en Página 12 del 7-1-95 y protagonizada por un personaje, bastante siniestro para mi gusto y al cual precisamente no puedo imaginar con un rasgo de humor. La noticia decía: «El Ministro de Justicia Rodolfo Barra llevaba largos minutos argumentando a favor de la Ley Mordaza contra la prensa, enviada por el Poder Ejecutivo al Parlamento, cuando, abrumado, el periodista de la Rock & Pop le preguntó:
- ¿Y para usted un chiste también puede constituir una injuria o una calumnia y ser castigado por ello?
- Sí, perfectamente -arremetió Barra-, e incluso más que una afirmación.» (el subrayado es mío).
Este diálogo, por lo contundente y por la connotación de la respuesta, creo que puede tomarse como paradigmático de esta problemática. Porque hay una cosa que el poder despótico no soporta -alguna vez escribí que constituye su propio terror- es que un sujeto hable y diga que el es eso: un sujeto. Y hay otra cosa que constituye el paroxismo de lo insoportable, que ese sujeto muestre que es capaz de un acto de autonomía y creación a través del humor3.
Humor, chiste, acto de libertad insoportable, «tanto más que una afirmación».
Creo que esto no se trata de literatura. Por el contrario, su referencia es una idea dura, difícilmente refutable hoy: la sociedad no es una estructura total ni totalizadora. Sus estructuras son «adolescentes», siempre son estructuras falladas, siempre dejan al descubierto hiancias, aperturas, quiebres que, cuando su conformación es despótica, intenta soldarlas por medio de una escalada que puede ir desde la erección de mitos, a la represión, hasta el terror. Es decir, acciona por medios que siempre intentan, inútilmente, neutralizar a ese sujeto4.
Es la eterna guerra entre lo inhumano-alienante y lo humano que siempre desea devenir, que ama lo diferente presente y por venir, que siempre tiene esperanza.
Existe un libro de Anatoli Rubiacov titulado «El terror» y cuyo texto no he podido tener en mis manos, pero confío que esta referencia sea fiel. Relata en una secuencia situaciones ocurridas en la persecusión stalinista en Rusia. Un interrogatorio. El interrogador dice al prisionero que en una reunión se contó un chiste sobre Stalin (lo cual era un crimen). Este responde que el no lo contó. Entonces el interrogador le pregunta: ¿Pero, usted de rió?
Tenemos entonces que en la versión Barra, Ministro de Justicia de Menem, el chiste es peor que la afirmación y en la versión KGB, el reirse por un chiste es tan criminal como decirlo.
En otro campo, esta vez en una empresa privada, un empleado recibe una comunicación reiterada con datos de filiación equivocados y responde en un momento que si bien no sería tan desagradable responer a esas otras señas, él preferiría las suyas. Este «chiste» hace que el funcionario lo comunique y el sujeto sea llamado por su superior, quien le dice que la empresa no puede tolerar ese tipo de humorada, dado que lo haría merecedor del despido.
Y en una empresa que fue estatal, hoy privatizada y convertida en un terrorífico feudo de este capitalismo salvaje que supimos conseguir, un empleado asiste a un curso dado por funcionarios y «expertos» en el que se transmiten los nuevos y siempre viejos consejos para el manejo de los empleados y clientes. El se halla sentado al lado de uno de ellos y le dan ganas de satirizar los decires de los expositores pero no lo hace. Luego cuenta la siguiente reflexión: «Pensé: si lo dijera, él pensaría a su vez que estoy loco, y yo estoy seguro que no lo estoy por eso mismo».
Como hemos visto en estos casos, el humor, cuando aparece en estructuras institucionales despóticas, autoritarias, verticalistas, que favorecen u obligan a quienes detentan lugares de poder el asumir conductas consecuentes, puede ser vivido como subversión, como ofensa a «investiduras», como inconductas insportables o como locura.
Precisamente, esta recurrente cuestión de las «investiduras» me llevan a pensar en la sacralización que se produce con los funcionarios políticos y a veces de la burocracia que se hacen evidentes. En ese sentido han ocurrido hechos insólitos como es el caso de una emisión radial del CONFER en la época de Alfonsín, que decía, referido a las FM algo así: «no consuma radio clandestina, porque ello ofende la investidura presidencial».
Era algo emitido como cosa seria, aunque podría haber sido tomado como un chiste de humor negro. Porque ¿qué tenía que ver el presidente con que uno escuchara una FM determinada? En todo caso podría haberse instado al respeto a las leyes. Pero ello puede ser entendido precisamente en su relación entre sacralización de un lugar y una burocracia que va más allá de la ley y que ni siquiera puede referirse a ella. Se trata entonces de que una supuesta trangresión no puede ser referida al conjunto, a la comunidad y al supuesto daño que se puede ocasionar a ella, sino en la ofensa a ese lugar del poder absoluto, el lugar de aquel que sigue siendo, en las postrimerías del siglo veinte, el lugar del «primogénito», que de alguna manera, se encuentra allí por derecho divino. Esto también nos puede hacer pensar en los arrastres de concepciones arcaicas insertas en estructuras institucionales democráticas y en otros discursos5.
En fin, el acto humorístico hace presente a la estructura institucional, a través del sentir del déspota o del burócrata, que allí donde se creía que había algo de ella misma, que supuestamente lo cubre todo, en realidad, había un vacío, que de pronto se ve ocupado por algo otro. Algo otro que de pronto fulgura y se escamotea, los sume en la angustia de la conciencia de su vacío, exponiéndolos a una presencia virtual que no les pertenece y que transita, vaga, fluye libremente y que los jaqueará una y otra vez.
Aparece en un lugar, en una superficie, en un acto de lenguaje, en un gesto, y desaparece, pero su resonancia no dejará de estar presente. Alude a un ser, pero no en la contingencia de un sólo sentido, el de la significación única, valedera, profunda, sino en un fluir que no puede ser visto-sentido sino como como el mayor peligro, dado que presentifica ese punto donde aparece en la estructura un vacío de sentido.
El acto del humor hace presente también, más allá del sujeto que lo actúa, algo impersonal, que es singular, nómade y libre. No lo encontraremos en ninguna profundidad, y siempre aparecerá en la superficie, pero nunca será el mismo6.
II. El sujeto y el llano.
Quiero insistir, cuando el sujeto se para sobre sus pies y habla, produce ese efecto insoportable para un poder despótico. Pero esa decisión de pararse y hablar, que yo presenté desde la perspectiva del acontecimiento que enuncia que allí hay un sujeto, en el caso del humor, podría ser dimensionada diferenciando otra forma de posicionarse de un sujeto. En el humor, vemos que aparece algo en los intersticios, efecto fugáz, fulgurante que aunque no se sostenga en una continuidad (y generalmente es así), dice que allí hay un sujeto autónomo. Pero esos momentos puntuales pueden tener su referencia en un sujeto (y como tal también insoportable) que se para, habla, acciona y se sostiene en las posiciones que va tomando y por las que va adquiriendo también una identidad propia, singular y a veces única.
Digo «se sostiene» queriendo aludir a su autonomía, a su crecimiento desde el llano, al valor de ser más allá de estructuras que lo soporten. Esa es la diferencia esencial con el déspota, que sólo es sujeto del aparato de poder que lo sostiene, pero que fuera de él se convierte en nada.
Este es el otro lado extraordinariamente significativo de la coyuntura actual que muestra, entre otras cosas, que la historia no se ha terminado ni mucho menos. Así, cualquiera puede ver que existe una mutiplicidad de sujetos, jóvenes, viejos, nuevos sectores obreros, desempleados, mujeres y otros que dan muestras de ello.
Entre ellos quiero mencionar al que, entre nosotros, se ha constituído en el sujeto paradigmático de este tiempo: las Madres de Plaza de Mayo. Ellas, paradas, caminando, gritando una y otra vez con sus cuerpos, con sus gestos, con sus palabras, una verdad insoportable y terrorífica para los poderes despóticos: la de que son íntegras, libres, persistentes, corajudas hasta lo impensable, haciéndonos sentir que sus hijos, algunos de los cuales fueron nuestros compañeros y amigos, no han muerto...sí, ese es el terror de los poderes despóticos, que son poderes de muerte. El terror de comprobar que sus mitos, sus represiones y los terrores que han querido imponer, no han podido matarlos a ellos porque no las pueden callarlas.
Podríamos entender que no han podido matarlos porque ellas ahí, cada día, les muestran que están vivos porque ellas los vuelven a parir una y otra vez.
¿Y nosotros? Nosotros, si no cerramos los ojos, veremos que ellas nos hacen partícipes de esas pariciones, y una y otra vez, cada día, seguiremos renaciendo como sus hijos y hermanos.
Pero, si por otro lado apareciera que ellas gritan un imposible, gritan por sus hijos asesinados, seguirá quedando entonces el ominoso hueco que hace presente esa falla ilevantable para los responsables. En fin, deberán aceptar que allí están esos sujetos que les dicen de sus fallas y que quieren un mundo diferente y a los que, como está visto, no podrán callar.
Desearía que tampoco esto último sea tomado como simple licencia literaria dentro de un texto de reflexión sobre el sujeto, el poder y las instituciones, porque he tratado de aludir, por lo menos con cierto sentido de lo verosímil, a otro sesgo para pensar la relación entre las muertes implicadas en el olvido, y todo lo que se abre, aún desde estas pariciones dolorosas, cuando nos atrevemos a hacer nacer cada día, aquello que dentro nuestro ha seguido vivo.
III. El canchero y el bufón.
En los puntos anteriores, lo escrito sobre el déspota y el sujeto, las referencias al humor tuvieron como horizonte a Barra, la KGB, las figuras del proceso, jerarcas de empresas...figuras serias, rígidas y hasta siniestras.
Sin embargo, aún cuando no sea lo más frecuente, pueden observarse en el poder escenas que pueden ubicarse en el terreno del humor, o más bien de lo cómico, y veremos porqué. Tendríamos que hablar en este caso del humor del dominador, que adquiere la mayoría de las veces el sesgo del cancherismo y su consecuencia que es mostrar su superioridad y la descalificación de un lugar posible de parte de los que escuchan.
Porque de no ser así, sólo el bufón puede mostrar rasgos de ingenio y de humor, pero en el marco de lo cómico, es decir, de la puesta en escena. Y recordemos de paso aquello: «Cuando más crisis hay en el reino, más trabajo tiene el bufón».
El bufón reúne en su imagen lo cómico y lo grotesco, sea ésto por su deformidad, por sus vestidos o por ambos. Y tomo lo cómico-grotesco con referencia a lo que fue uno de sus orígenes, lo relativo a la comedia, a lo que es capaz de divertir. En este caso, sin poner en cuestión el orden del poder.
El poderoso puede ser canchero y el que no puede pretender nada, puede ser bufón. Los demás sólo podrán reir, con ganas o no, del cancherismo de uno o de la bufonada del otro.
Aquí también nos encontramos con una larga historia. La risa, lo cómico, lo grotesco han protagonizado preocupaciones expresadas en las palabras mismas, en las costumbres y aún en los filósofos.
Momo, dios de la burla y del escarnio, seguramente ha devenido en su designación de la palabra «momáomai»: vituperar, burlarse. Pero a su vez «momesis» es: censura, reproche, crítica. Si se unen esas significaciones, puede aparecer también en esta perspectiva que el acto humorístico es problemático porque su cara visible es la burla, pero su otra cara es la censura y la crítica.
De ahí que quizás Platón (Philebo) concluya que en la risa siempre hay un fondo de malignidad, a lo cual Aristóteles (Poética) agrega el carácter de desvalorización como base de lo cómico.
Por tanto su peligrosidad, como ya lo señalé antes, por su referencia posible a un sujeto que no puede ser reducido a obedecer, a decir lo sabido, a redundar en lo ya dicho.
Es interesante observar también que desde hace milenios se han dado situaciones reiteradas que parecen corroborar lo que planteaba sobre el lugar del bufón, porque en Sumeria, Babilonia, Egipto, en los bárbaros, en Roma, etc., aparece esto. En las más antiguas civilizaciones mencionadas aparecen bajo relieves con figuras de dignatarios rodeados de enanos y locos que los divertían.
Quizás esas regularidades culturales denuncien la necesidad de los poderosos de controlar ese peligroso factor, no dejarlo afuera, sino tenerlo adentro pero en esa figura deforme que por ser así no podría disputar un poder real7. Muchos bufones fueron inteligentes además de graciosos y llegaron a ser famosos, pero aún así, no podían ser más que eso.
De ahí que es muy difícil encontrar casos donde se conjuguen inteligencia, ingenio y belleza, porque esas cualidades solo pueden aparecer en la figura del déspota, sean éstas reales o atribuídas como alago.
IV. La solemnidad.
Tradicionalmente, lo solemne siempre tuvo un lugar privilegiado en la vida institucional porque significó la presentificación, como imaginario realizado, de lo sagrado8.
Las ceremonias, las vestimentas, los rituales siempre han aludido a ello, porque el sostén del ritual es el «deber ser» de algo. Ese algo, cualquiera sea, debe ser así, deben realizarse tales gestos, llevar tales vestimentas, decir tales palabras, pero la pregunta sobre el porqué, sobre los fundamentos de esas prescripciones siempre ha quedado sin respuestas, cortada por ese «debe ser así» sin fundamento.
Esto de acudir a una causa de lo que en realidad no se puede decir nada porque es una pura creación imaginaria, es un analizador más de esta paradoja socio-institucional que se repite al infinito. Es el imaginario primero, irreductible, que pone una causa allí donde no la hay.
Lo solemne, lo serio, lo circunspecto ha dominado por mucho tiempo. Sin embargo, en los últimos años. han surgido movimientos, como ocurre aún en la esfera de lo religioso, en que lo solemne ritual, la solemnidad, se ha complementado con una fachada ligada a gestos y promoción de una actitud diferente, donde la mística, el carisma, se mezcla con una especie de actitud exultante, entre alegre y maníaca.
Este no es sin embargo, un fenómeno exclusivo de estos sectores, sino que abarca una amplia gama de la vida social, efecto quizás de componentes complejos de la coyuntura histórica.
Puede observarse también en la esfera del marketing, en productos publicitarios en los que el clima maníaco es lo que domina. También en ciertos «encuentros» de gente de empresa9.
Estas ceremonias en general no provocan la reflexión sino fenómenos de identificación y adhesiones afectivas que operan al modo de la sugestión en quienes participan. Se trata de ceremonias que tienen casi la edad del mundo, en las que se combinan la presencia de un líder y de un grupo, cuya figura paradigmática es la imposición de las manos por quien tiene el carisma y por otro, el acercamiento, el tomarse las manos, el expresarse algo entre los pares. Cuestiones ligadas a necesidades de cohesión grupal, la afiliación, la adhesión afectiva, etc. Pero estos son efectos que en general se pueden diferenciar de lo que propuse sobre el humor y el sujeto autónomo, porque en realidad, lo que se produciría aquí son nuevas formas de alienación.
Lo interesante del caso es que fenómenos que tienen estructuras y formas similares son alimentados por fuentes diferentes. Los grupos religiosos-místicos los rescatan de sus propias historias, pero las situaciones que se dan especialmente en empresas, sobre todo aquellas bajo la influencia americana, cuando trabajan cuestiones como capacitación gerencial, ventas, relaciones humanas (o inhumanas como diría Lapassade), aparece claramente la influencia de desarrollos conductistas y de sus derivaciones.
V. La seriedad académica.
Si bien existen situaciones cambiantes que se podrían puntualizar, en nuestros medios académicos y profesionales ha dominado y sigue dominando ese sentido de lo solemne. El trabajo de sociólogos, psicólogos sociales, psicoanalistas, sigue mostrando ese rostro.
Existe una seriedad de «licenciado» que mucho tiene que ver con ese «deber ser así» del que hablé. Un deber ser complicado con el sentido de superioridad mesiánica y militante que parece estar en las bases imaginarias de dichas cofradías. Quizás haya una relación entre esa «seriedad» y una cierta «serialidad», demandada a los mismos.
«Cierta seriedad hace sonreir al entrar en lo verídico» decía Lacan, y efectivamente, habría mucho que decir de estos «climas» y constricciones respecto de lo científico, lo objetivo, lo especializado, lo mecánico-mecaniscista, todo muy serio, grave, único posible10.
Único, uno, solemne, serio, serial... El cientificismo positivista subsistente en tantas instancias burocráticas de poder y en las ciencias sociales, a través de su palabra mágica «método» como determinante, absoluto quizás sea el nuevo «UNO» que reemplaza a aquel otro «UNO» de la causa heterónoma que todo lo explicaba.
Así, a la seriedad dominante en los climas institucionales se le corresponde la seriedad de quienes son demandados para solucionar sus problemas. El análisis institucional ha mostrado por mucho tiempo esa facie característica, notable por otro lado en el período de dominio psicoanalítico en sus diversas variantes.
Los dispositivos construidos para que «circule la palabra», tuvieron siempre esa característica seria y estática. Extraña y contrastante imagen esa de la promoción de una palabra que debía fluir, ondear, flotar, circular, saliendo de cuerpos estáticos, escondidos, pétreos...esfíngeos. De esa manera, la referencia al componente de creación y estético (en lo cual el humor está implicado), no siempre aparecieron como efectos claros.
Sin embargo, el psicoanálisis es quien tiene mejores perspectivas de esa inclusión, ¿o acaso el chiste no fue uno de los componentes del análisis por ser un efecto inconsciente privilegiado?
Pero en otros casos la cuestión presenta mayores dificultades. Tomemos el del «cientista de la educación», versión Rosario de los licenciados en esa rama. Aquí se une «cientista» con «especialista» y como tal, creo que sugiere un rechazo a la producción de un objeto que siempre va más allá de eso que se pretende «científico» y especialmente un objeto estético siempre implicado en su práctica. El problema es precisamente que en las relaciones entre la gente (incluídas las relaciones entre científicos y sus producciones), no hay acto, en sentido de producción de lo nuevo, sin creación y sin producción de un objeto en el que lo estético no esté siempre implicado.
Un aspecto derivado, y muy importante que se presenta en el hecho de que un sujeto se autocaracterice como «cientista» (aparte de lo horrible del término), es que lo referencia a una supuesta «ciencia» que, en realidad, es una institución en contrucción, uno de cuyos efectos será a su vez la construcción de una imagen social con su significación imaginaria, que se relaciona con la pregunta sobre qué asignación de saber-poder le corresponde en el concierto de las demás ciencias sociales.
Es en este punto donde se hace imperioso tomar otros cruzamientos. Si hemos tomado por un momento lo referido a lo conceptual y a la práctica, desde el sesgo de la producción, creación, objeto estético, ahora quiero mencionar que ese ser «especialista-cientista» (por seguir tomando esta autocaracterización extrema), también interviene como operador ideológico-político o por lo menos con esas implicaciones. Esto daría lugar para pensar la relación entre los políticos como especialistas y estos especialistas como políticos negados.
Así es, mucha agua a pasado bajo los puentes y a pesar de que han sido cuestiones muy debatidas en otros tiempos, hoy bajo la vigencia de diversos discursos de la ambiguedad, se hace necesario volver sobre ellas. Hay allí algo del orden de la negación en el mejor de los casos (podría tratarse también de una renegación), por lo que se hace necesario decir algo sobre esa operación política y su importancia para revertir la idea de que la actividad científica pueda ser «contaminada» por lo político.
Para ello podría se ilustrativo tomar una perspectiva histórica y discriminar los diferentes períodos que implicaron desarrollos y pasajes productivos, en algunos, y cortes violentos, en otros, debido a los cambios en el escenario del poder. Hubo un período caracterizado en su momento como predominante cientificista (años 55 a 70), con un desarrollo hacia posiciones mas complejas y críticas que culminan en los planteos más «políticos»(años 70 al 75), luego el proceso de la dictadura militar que volcó la situación hacia una vuelta cientificista en casos, hasta los proyectos de formación de clases gerenciales en algunas carreras, como es el caso de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Rosario (años 76 al 84). Por último nos hallamos en este período de mayor indefinición y en el que sigue dominando lo que denominé un «discurso de la ambiguedad»11.
VI. Lo serio, lo lúdico, la palabra y el cuerpo.
Hice ya mención a la cultura de la manía como un efecto coyuntural del funcionamiento del sistema capitalista en su aspecto mercadotécnico y especialmente en la publicidad maníaca, aspecto acotado de una gama de fenómenos que incluyen al cuerpo y a esas distintas expresiones.
Respecto de otros aspectos de mi interés, desearía plantear la refracción de estos procesos en el funcionamiento de los grupos y en las técnicas de operación grupal en la vida institucional y específicamente en el análisis-intervención.
Observamos que se ha ido produciendo un desplazamiento de la predominancia de la palabra a la del cuerpo o por lo menos una mayor presencia de éste, lo que puede referirse a varias fuentes.
Una puede estar constituída por ese alegre abandono a esas escenas maníacas, a lo lúdico, a lo corporal, a su sensibilidad, como efecto de la derrota de ideas y modos de conducta ligados a las instituciones de la edad moderna, con sus solemnidades, disciplinamientos, discursos heroicos, estrategias de lucha abarcadoras, construcción de grandes aparatos burocráticos, ideales militantes-militares, todo solemne, serio y sin fisuras.
Otra puede ser la devaluación de la palabra, especialmente en el plano de lo socio-político y la promoción de acciones como protestas, movimientos o acción directa, como alternativas.
Todo esto no puede ser desligado de la trama tejida por movimientos, creaciones y cambios culturales en la línea de la secularización y liberación de las costumbres de las últimas décadas.
Respecto de lo grupal, algo menos analizado pero que podría dar lugar a interesantes reflexiones, podríamos remitirlo a un deseo de copia de lo que pasa en territorios donde se han dado procesos de desarrollo intensivos, como es el caso del Japón. Proceso inverso al ocurrido en décadas anteriores cuando se decía que «los japoneses copiaban todo». Y efectivamente, ello salieron al mundo, y entre otras cosas, se llevaron todo lo que encontraron respecto de la problemática grupal, incluídos teóricos, académicos e investigadores.
Respecto de esa cuestión de la copia, en una entrevista a un exitoso industrial japonés, un periodista le preguntó si era cierto que ello copiaban todo. El contesto, acompañando su respuesta con su inescrutable sonrisa oriental: «No es así, nosotros salimos a copiar, pero ya lo copiamos todo y ahora nos dedicamos a inventar».
Precisamente, ellos se llevaron elementos ligados a las técnicas grupales, pero hicieron algo muy inteligente, que fue articular esos elementos con su milenaria cultura.
Occidente, visto su éxito, ha intentado a su vez copiarlos en cuestiones como los famosos círculos de calidad, de calidad y participación, de democratización de la vida empresaria, etc. Lamentablemente se ha fracasado en la mayoría de las experiencias realizadas por la desarticulación de esos presupuestos de trabajo grupal y la irreductible cultura individualista occidental, agravado en algunas regiones por la instauración de un modo salvaje de conducción empresaria.
Los japoneses cantan, ponen el cuerpo en ejercicios y ceremonias individuales y colectivas, hablan, discuten, hacen propuestas en una trama de significaciones imaginarias sociales que aquí no existen. Por lo que las técnicas corporales, lúdicas o no, se hallan desconectadas de esas bases12.
Es así que entre nosotros, esas técnicas, y aún las lúdicas, plantean el tener que poner el cuerpo, connotándose en muchos casos de una exigencia «superyoica» sin otros sostenes necesarios. En ese sentido, detrás de su pátina liberadora, esas técnicas se pueden constituir en nuevos instrumentos de poder despótico y más aún si adquieren el sentido de «descargas» de tensiones, de ansiedades o lo que fuere, con un concomitante que es la negación del análisis. Es decir, contactos, sensibilización, juegos, acciones, pero no análisis.
Precisamente es del análisis de lo que se trata y en esos casos se escamotea, como existen análisis que escamotean esos aspectos también necesarios. Es decir, si el análisis implica que todo sea puesto en cuestión, el dejar fluir los procesos de discurso, de semiotizaciones diversas, de lo inconsciente con sus flujos desde lo socio-histórico a lo personal, con su procesamiento rizomático y acontecimental, no existe posibilidad que ese análisis, en cualquier caso, se procese sin la puesta en juego del cuerpo, del juego, del humor, elementos esenciales para que lo instituyente opere, para que lo nuevo, la creación, permita a los sujetos, individuales o colectivos, ir más allá de sus constricciones presentes.
VII. La institución y los cuerpos.
La presente necesidad de «liberación del cuerpo» por otro lado, tiene fundamentos en fenómenos institucionales que hacen que se constituya en una especie de consecuencia lógica.
Existen pocas dudas que los procesos socio-histórico-políticos de las últimas décadas, son una profundización de procesos que vienen del fondo de los tiempos pero que se fueron delineando con nuevas figuras desde el surgimiento del industrialismo y de las revoluciones sociales. Se ha profundizado una contradicción entre progresos, algunos reales y otros aparentes en la institucionalidad democrática y en su lado opuesto la redespotización de estructuras institucionales, especialmente aquellas del aparato productivo.
Las instituciones madres del sistema capitalista, industrias, empresas, finanzas, mercado, son esencialmente despóticas y repudian toda estructuración democrática, aunque por ahí no tengan más remedio que negociar inclusiones democratizadoras. Inclusiones que en este período y en regiones de predominio del denominado «capitalismo salvaje» son cada vez más escasas y en retroceso respecto de conquistas logradas.
Es así que hoy día aparece frecuentemente la referencia a «estructuras institucionales pesadas», o al «peso» de la institución, a los «climas pesados» y en general a un efecto común: el malestar y otros efectos indeseables. Cosas que no sería bueno tomar como referencia metafóricas, porque en estricto sentido, la institución pesa y opera sobre los sujeto en todo su ser, corporal, psíquico, afectivo, espiritual o como se quiera decirlo y que adquiere formas diversas: malestar, angustia, enfermedades físicas y «psicosomáticas», desestructuraciones, etc.
Esos efectos son diferentes según los lugares y niveles jerárquicos de los sujetos.
En los niveles de base puede predominar el malestar como cuestión más o menos genérica y problemas que se ligan a la institución pero articulados desde el lugar profesional como es el caso de un docente, un médico o un enfermero.
Pero existen otros lugares que son neurálgicos desde el punto de vista de como opera la estructura institucional sobre el sujeto, como es el lugar de la «conducción».
Precisamente, el predominio de estructuras piramidales, con modalidades despóticas, hace que el lugar de la conducción, del jefe o líder, junto con la suma del poder, atraiga sobre sí el mayor peso de la institución.
Aún más, en relación con esta figura, digamos que la forma de la pirámide puede dar lugar a mayor o menor concentración de ese peso sobre ese lugar. Tengamos en cuenta que para pensar esto debemos imaginar que esa pirámide se halla invertida.
Cuanto más empinada y angosta sea su base y cuando más niveles tenga, mayor es el peso concentrado en ese punto vértice del poder. En cambio, cuanto menos empinada, mayor la base y menos sean sus niveles, más se podrá difundir ese peso.
Podríamos pensar entonces algunas alternativas:
- El jefe se hace cargo en exclusiva del peso de la institución: éste podrá recaer entonces sobre su cuerpo y facilitar que se produzcan ciertos efecto, entre los cuales ciertas enfermedades son típicas.
- El peso se desplaza en lo formal, recae en parte sobre el aparato burocrático. El poder y las posibilidades de la conducción disminuyen, la producción también y puede llegar a la esterilización si la burocracia se autonomiza. Es lo que ocurre en la Universidad en Argentina por ejemplo, donde la relación entre la importancia, permanencia, control de mecanismos de administración, junto con la precariedad en cuando a dedicación, tiempo de trabajo, duración de los mandatos o transitoriedad en las instancias legislativas (consejos), hace que proyectos sensibles pero importantes duerman en los cajones por años. Facultades que tienen cientos de docentes, en su mayoría con dedicación simple, que constituyen legiones de fantasmas que van y vienen sin que uno nunca los vea. Situación que además hace a cualquier institución ingobernable. Facultades que no tienen régimen de adcripciones, ni cursos de especialización y maestrías, ni de doctorado. Sólo algunas cuestiones que permitirían incluir a nuestra Universidad en el capítulo de «lo increíble pero real».
- El juego se abre, se socializa efectivamente, se abre a la consulta, la escucha y la participación. Si esto se corresponde con un achatamiento de la pirámide y una neutralización de la autonomización del aparato burocrático, el peso se hace menor y se reparte. Esto puede observarse en algunas instituciones educativas y especialmente en algunas de las experiencias con los consejos escolares.
VIII. De las formas institucionales: todo obligación,
nada de placer.
Otro factor que inside en el malestar y el sufrimiento en las instituciones es el hecho de que sus estructuras en nuestra cultura se han construido en función del cumplimiento de funciones primordiales de disciplinamiento, con roles estrictos, obligaciones que abarcan toda la estadía, diferenciaciones jerárquicas estancas, burocracia compartimentada, entre otras.
Como tal, la institución sigue siendo un lugar de «donación», de sacrificio, de apostolado y de todo lo que aluda al funcionamiento de engranajes que no deben dejar margen a ningún intersticio.
Es así que en muchas instituciones no se encuentran lugares de esparcimiento, intersticiales, de ciertos «goces», lugares para todos, donde todos son iguales. Ejemplo de ésto son lugares de reunión, especialmente los bares.
Es extraordinario observar, especialmente en escuelas primarias, la dificultad de los docentes y otro personal en pensar que pudieran haber lugares para ellos, para la reunión, charla, café, contar chistes o simplemente estar ahí.
Allí aparecen frecuentemente fantasmas persecutorios que los constriñen a los roles asumidos, que prescriben la donación absoluta de ellos hacia los niños.
El problema es que fatalmente, en los lugares donde algo de esa posibilidad de estar bien no exista, el malestar y el sufrimiento seguirán haciendo que el drenaje de energía productiva se vea irremediablemente afectado. El hecho de que esos docentes sean los trabajadores con mayor porcentaje de enfermedades ligadas a sus funciones no debe ser una casualidad.
IX. ¿Débil, leve, superficial?
Estas y otras cuestiones ligadas a la vida institucional y social parecería que flotan en un mar de ambigüedades ideológicas y conceptuales, constituyendo una fuente de malentendidos.
El análisis crítico con relación a lo solemne, la seriedad, la serialidad, el humor, los lugares placenteros, el cuerpo, las afectaciones, etc., no significa promover un mundo de jauja, ni ideas superficiales o «livianas».
Se trata más bien de proposiciones que hacen a la humanización de la vida institucional por sobre los aspectos burocráticos, alienantes como lo rígido, lo sufriente, lo que implica esa especie de «donación» sacrificada, por un sentido mesiánico de un apostolado sin retribución, salvo ese goce sufriente.
Lo liviano, lo pesado, lo fuerte, lo débil, lo serio y lo que no lo es, son términos y oposiciones que aparecen en diversos discursos, profanos, literarios, filosóficos. Sin haberlo investigado y desde el lugar de una relativa ignorancia, diría que han dado lugar a ambigüedades que pueden dificultar la captación de lo que he venido trabajando.
Efectivamente, ello puede entenderse en la perspectiva de discursos tradicionales donde lo sólido, lo profundo, lo fuerte, lo que «pesa», como valores, se han ligado quizás a las ideologías y filosofías de lo uno, lo inmóvil, lo perdurable, la razón, lo no contingente.
Es en ese contexto que pensaba el dominio en las instituciones y en la vida social, de estructuras, rituales, hábitos, climas que remiten a «eso» pesado, profundo, serio, solemne, sagrado como fuente de valores.
Y en ese horizonte, el pensamiento que plantee categorías diferentes, como las de contingencia, incertidumbre, multiplicidad, azar, caos, velocidad, intensidad o fragmentación, (y consecuentemente las concepciones de la vidad social que las tienen en cuenta) sólo puede hacerlas presente a partir de considerar las afecciones, los cuerpos, los sentimientos, en dimensiones que van más allá de las constricciones que imponen las categorías tradicionales.
En realidad, lo que en una perspectiva podría denominarse débil, leve, superficial, incompleto, puede ser lo más fuerte, profundo y pesado, en el sentido de que se necesita todo eso para que un sujeto se sostenga, y que asimismo las instituciones se sostengan, cambien, crezcan, o terminen su ciclo, aceptando todas las contingencias de la vida humana.
Contingencias que dicen de nuestra debilidades, de nuestra fugacidad, de nuestra incompletudes, sin abandonar sin embargo ciertos principios que hacen a lo humano como la libertad, la autonomía, la cooperación, la solidaridad, la creatividad, cosas que no han brillado en las sociedades estratificadas, piramidales y despóticas, tributarias siempre de algún «UNO» absoluto y que tampoco brillan en estas sociedades capitalistas posmodernas donde el culto y promoción de lo individual, de cierta liberación-goce del cuerpo entre otras cosas, es una contraparte de una nueva idolatría que remite a un nuevo «UNO», cuerpo lleno sin órganos, desterritorializador, reductor de singularidades, exterminador de lo que siempre sobra y uno de cuyos nombres es el de Mercado.
Notas bibliográficas
*Trabajo realizado entre marzo y junio de 1995. Incluido como capítulo del libro: Ascolani A. y otros: La novela de occidente. Rosario. ArcaSur y Laborde. 2000 (Página 105)
1. Lapassade G.: El analista y el analizador. Barcelona. Gedisa. 1979.
2. Castoriadis C.: Psicoanálisis, proyecto y elucidación. Bs.As. Nueva Visión. 1992.
3. Ascolani A.: La punta de un iceberg. (Inédito).
4. Laclau E.: Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Bs.As. Nueva Visión. 1993.
5. Ascolani A.: Poder, mito, teorías sociales, subjetividades. Rosario.1995 (Presentado para acreditación del curso: Desarrollos contemporáneos de la teoría política. Facultad de Ciencia Política y RR.II. U.N.R. 1994). Ahora en este volumen.
6. Deleuze G. Lógica del sentido. Bs.As. Paidós. 1989.
7. García Núñez A.(Wimpi): La risa. Bs.As. Freeland. 1973.
8. Castoriadis C.: La institución imaginaria de la sociedad. Barcelona. Tusquets. 1975.Tomo I.
9. Ascolani A.: Los caminos del esquizo. En: Derivas...de la psicología al análisis institucional. Rosario. Ed. de la Sexta. Segunda edición ampliada. 1996.
10. Lacan J.: La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud. En Escritos. México. Siglo XXI. 1971. Tomo I.
11. Ascolani A.: Psicología institucional: sus conflictos y sus cambios. En: Ascolani A.: Derivas...citado.
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